martes, 9 de agosto de 2011

-Flower Power-

Distorsión hendrix,
bandana de psicodélico estampe

La sangre hierve,
la masa se mueve.

La gota en el cartón.
Papel de liar.

Woodstock,

Largo viaje.
Eso que no digo,
mejor dicho, aquello que no puedo decir.

Las palabras que ahogo
me arrastran al encierro
y me perpetúan en el silencio.

Las palabras que no llegan a ser
resuenan silenciosas
sin tiempo ni espacio

El rumor de una fresca brisa apacigua mi insistencia.

Mudismo y quietud,

escondidas detrás del viento
me observan buscar
pero escapan de mí.

Desesperación por una frase completa.

Desolado estoy sin las palabras.
Incluso en las noches más tranquilas
sueño que me escolta delante de una lápida
un florero vacío.
Como el enfermo terminal,
como el sentenciado a muerte,
como el que planea irse para siempre,

Despierto cada mañana con el dolor de la certeza.
Un vaso y otro,
una medida y otra,
fueron proyectando unas palabras.

Un murmullo.
Un quejido incomprensible.


Y ahora que un hilo espeso de saliva se derrama,
la frente con una marca de horizonte,
partiéndose sobre el borde de la mesa

y las manos crispadas.

El silencio devora
al cuerpo desvencijado
de quién se arrojó dentro de la botella.

No quieren vender tu piel.

Ese afilado cuchillo
busca despellejarte
y te desolla

El acero
que hurga en tu interior
con un golpe seco
quiebra tus huesos.

Busca arrancar
tus mejores partes

para crear
un híbrido

Que se parezca a vos.
-Taller-

Al final del día
despojarse del traje

Liberarse de todos,
retraerse en propia compañía.

El viento y la tempestad
te reclaman tras los cristales
Pero estás allí
Inmutable

Intentando construir.

Intentando dar vida.

Queriendo dar luz
a la materia oscura.

Estás allí,

Forjando en la mudez
lo que resonará
con un eterno ruido
de tus propias entrañas.
¿Quién mata?

Inerte y mudo
el cuerpo que yace
no puede decir.

La mueca indiferente
En que se arquea su rostro
no alcanza
para declarar que ha sufrido.

La misteriosa evidencia
No es un hematoma grisáceo
No es el revolver caliente
Ni la daga manchada,

el cuerpo del delito es un bolígrafo
que súbitamente
se ha vaciado.

El cuerpo del delito

es una hoja maldita
Desesperadamente escrita
donde la tinta sangre
ha sido derramada.
Al fondo de la oscura habitación
permanece en la pared,
una extraña pintura.

A veces
sus colores se funden
y se tornan
un solo color indefinible.

Y otras veces
vislumbro algún color
y con el lápiz como brocha
doy la pincelada
sin pensar siquiera

en el tono amarillento
de esas hojas
que esperaron
tanto tiempo
en la oscuridad de algún cajón.

Al azar
el comodín
da peso a mis palabras.

Al azar
un puñal
hurga en mi interior

-Amputación deliberada-

A veces es como extirparse
decididamente el corazón,
y todavía espasmódico restregarlo
sobre el vacío de una hoja.

Cuando las palabras coagulan
nace la cicatriz perpetua.

La hoja de un puñal
ha penetrado en el costado,

la sangre que baña la mano que sostiene la daga
no es la mía, no es la de las palabras,

no se lo que es.

-La máquina-

Soy operario de esta cosa infernal.

Los engranajes malditos
gotean un turbio aceite
en el que resbalo.

En mi horario laboral
sofocado por el maquinal crujido
solo puedo fruncir el ceño
en silencio.
La piel

el sudor

la saliva

el aliento

SU PALABRA.

Eran mucho más reales
que en la vigilia.
-Desencuentro-

Las sombras del portalápices
y el cenicero
se mecen apacibles,
arrojadas allí por la cálida luz de la tarde,
que se filtra
por las persianas entre abiertas.

Aros y volutas se elevan despacio
sobre la pared, y el sol
comienza a descender
en el anaranjado horizonte
como si ocultara , allí a lo lejos,
un profundo secreto.

Más tarde,
cuando una débil lámpara
ilumina los papeles
las palabras bosquejadas
se tropiezan al final de las frases,

y la luna
que ha comenzado su ronda
es testigo de los giros que di
alrededor del escritorio
tratando de encontrar
aquello que apenas he escrito.

Permanezco inquieto,
y luego inmóvil,
me deslizo y me detengo,
por la ventana se ven fuera
todas las cosas.

Por la mañana la brisa
que enfriará los pensamientos,
y el sol, asomándose apenas
me llevarán, otra vez, a esperar
que llegue la noche,

para iluminar de nuevo
con una luz tenue
los papeles,
que esperarán vacíos a que yo
deje de dar vueltas
a su alrededor.
Otoño

Romper el silencio
pisando suavemente
las hojas secas
que se amontonan
en el camino.

O desvanecerse
junto con el viento
que las arrastra
tan lejos.
-Tus cenizas-

Se consume la carne que envuelve los huesos,
la piel pierde su color de vida,

la ventisca resquebraja y amortaja.

La pluma que devuelve a veces
un poco de sangre a este cuerpo

quema

Arde.
-Dulce hospicio-

Se lamenta furiosa una trompeta
de la noche a la mañana
los mil aromas del café
cambian este mundo
y detrás de esta puerta
los sonidos son solo míos
rabiosa la melodía
no puede dejar de abrazarme
de aquí no escapa ninguna resonancia.

De aquí no escapan los lamentos
ni quiero ir a ningún otro lugar
Más de permanecer aquí
no he de volver a ningún sitio.
Se refleja sobre el vidrio
la brillante lumbre
del cigarrillo que encendí.

Con la primer pitada que doy,
calma y prolongada,
comienzo a aflojarme.

Como un nudo
que se desase suavemente,

Como un engranaje
que poco a poco pierde el óxido
y comienza
a rodar una vez más.

A veces me pierdo,

en violentas tormentas de arena,
en sofocantes desiertos
que me secan la piel
y me queman por dentro.

En aguas convulsas
saladas y oscuras,
que me empujan en secreto
hacia la nada.

Ahora, que la tibia tarde
caldea todo.

Ahora, que los rayos penetran
y me aclaran los ojos.

Ahora, que el vidrio es realmente transparente

yo me pierdo, a veces,
en las hojas
que crujen arremolinadas por el viento
acompañadas de su silbido.

Y rara vez me encuentro.

Ahora, que los silencios de siempre
recaen implacables
como mil fustas sobre la espalda.

Contemplo a través de la ventana.

Ahora, que he encendido un cigarrillo.
Ahora, que me he detenido.
-Marioneta-

Una insistente y débil voz
en el silencio patológico
me ha dicho que debo saltar.

La cura para esta enfermedad
No existe.
Invisibilidad cierta

Desapercibirse.

Inadvertirse.

Solaparse,

con la invisibilidad del aire,

aplacarse
al ritmo que corre la brisa,

a lo que transparenta la carne
y trasluce los huesos.

Yacer desde siempre
en la oquedad
que no te dejará ser visto.
Espejos

¡Que me devuelvan a la vida
estos espejos siniestros
que me deforman el rostro,
que me aflojan los dientes
y me vacían las cuencas!

No basta con la sangre,
no basta con el llanto,
no sacian a sus demonios
los defectos de mi cuerpo.

En esta caverna gélida
vidrios rotos
desgarran la piel
No puedo respirar
Ya no puedo ver
el otro lado

¡que me devuelvan a la vida
estos espejos siniestros
que todo lo deforman
que todo lo devoran!
Esas noches frías
que mezclo alcohol con mi sangre,
ese viento helado
que me congela el semblante,
y detrás de mis pasos
mi sombra se derrumba
resquebrajándose.

Y presiento
que esta convulsión
y este sangriento padecer
me están impuestos.

Y el dolor
es ineludible,
pero me complementa.

Y mi único legado será
tal vez, una maraña agitada
de lamentos
a medio escribir,

una sarta de injurias,
la inconformidad
y ese abrazo que no di,
y esas cosas
que quedaron relegadas al polvo,
esas palabras que quieren
desprenderse de mí.

El sutil crepitar de una pitada en esta noche
es el suave y único susurro
que agita irreversiblemente la quietud.

Una máquina arcaica espera sobre una mesa
reteniendo entre sus fauces
una hoja amarillenta,

y si he de ir a su encuentro
se que de sus gastadas teclas
escapará, esta noche, el estruendo
que deshace la mudez.

El silencio

ya no será el mismo.



Este grito es el chasquido
de una voz que se quiebra.

El estruendo
de estas mil voces crispadas
es el eco maldito que colma
la abominable oscuridad
que la luz no ha descubierto

Pesados pasos que se arrastran
son la oscura intermitencia
en el silencio de esta noche.
De pronto
en las frías sombras de la noche,
el desvelo es esa intermitencia
que arrastra a la profundidad.

Y es menester
desparramarse dolorosamente
sobre el papel.